Estella, ciudad mercado (II)

Comercio e industria desde el siglo XVI hasta principios del XX.

           El caso de las familias Artola, Lorente y Modet.

En el anterior trabajo he intentado reflejar la próspera vida económica de la ciudad hasta el siglo XVI. Ahora toca dar unas pinceladas de la industria estellesa hasta principios del siglo XX. De las actividades artesanales e industriales que se desarrollaban en la ciudad, me centro, exclusivamente, en las correspondientes a las familias citadas, por ser las que más información tengo.



Pesa de cinco arrobas, que conservan en su convento los Agustinos de Marcilla. Aunque con cierta dificultad, dada la calidad de la foto, puede verse a la izquierda el número 5, y a la derecha el símbolo de la arroba @. Era una unidad de peso, la cuarta parte de un quintal,  equivalente a 11,34 kilogramos. Se piensa que su nombre procede del árabe aroub, que significa cuatro. Esta unidad de peso la veremos citada varias veces en este trabajo. Por primera vez aparece ese símbolo en una carta que el mercader Francesco Lapi envía en 1536 de Sevilla a Roma, comunicando la llegada al puerto andaluz de tres barcos cargados de tesoros americanos. La evolución del símbolo se produjo cuando los copistas de latín, para evitar confundirlo con "ad" (hacia o hasta), lo escribieron con forma de "6" reflejado, y de ahí evolucionó a la forma en que ahora lo conocemos: "@". Los ingleses utilizaban este símbolo como abreviatura de la proposición "at" (en), y Ray Tomlimson, considerado como el creador del correo electrónico, lo adopto porque estaba en los teclados y era poco utilizado. 

Aprovechando que «durante la segunda mitad del siglo XVIII los gobiernos borbónicos fomentan el desarrollo de la industria textil» y crean «el marco legal apropiado para que la naciente industria española pudiese recuperar el colonizado mercado» nacional, varios comerciantes de lana estelleses, sin abandonar la actividad que desarrollaban, crearon al gremio de pelaires una dura competencia al levantar importantes industrias textiles (caso único en Navarra, a excepción de la fábrica de lienzos pintados que la Sociedad de Comerciantes Navarros creó en Pamplona en 1781) que, gracias a la mediación de las Cortes, contaron en su desarrollo con una importante reducción de tarifas aduaneras.



Al fondo, detrás de la cuadrilla de niños (encantadores con sus baticas unisex para todo uso), la casa conocida ahora como del Maracaibo. Verticalmente estaba dividida en dos propiedades y, de los cinco balcones de cada planta, los dos de la izquierda corresponde a la antigua Casa Artola, cuyo propietario creó en 1792 una de las más importantes fábricas textiles de Estella.

Pedro José Artola, en 1792, instaló una fábrica de paños y bayetones dotada de batán y tinte, y en 1816 solicitó permiso a la Diputación para importar de Castilla, libre de derechos aduaneros, 3.000 arrobas de lana lavada, por espacio de quince años, con el propósito de incrementar la producción mediante la instalación de una novedosa maquinaria que pensaba importar del extranjero.

Pidió la libre comercialización de sus paños y bayetas en el mercado castellano-aragonés, lo que la Diputación desestimó porque iba a dejar de ingresar 3.600.000 reales en impuestos.

En 1825, este emprendedor ofreció a la Diputación una máquina para mejorar el lavado de las lanas, defecto del que se quejaban los consumidores. La máquina, que era hidráulica, hacía el trabajo de unos 30 hombres, y podía preparar diariamente hasta 30 sacones de a 10 arrobas. Las Cortes tomaron en consideración la oferta, y Artola señaló como lugar de prueba el lavadero del Hospital. Nada más se sabe del invento. Ignoro dónde estaba ese lavadero, y la ubicación de su fábrica de paños.



En esta fotografía de hacia la década de 1960, tomada en la calle Calderería, esquina plaza de los Fueros, vemos, al fondo, la casa de las Artola, cuyas últimas propietarias, que murieron solteras, se asoman al balcón. Su tienda, Casa Artola, que yo conocí en manos de la familia Legaria, permaneció activa hasta hace pocos años. En ella compraba pollitos de un día, que exponían en la ventana que vemos, junto con una bombilla que les daba calor; pienso compuesto Diana, y otros productos de granjería y huerta.

Al último varón de la familia, Gabino Artola, lo conoció mi madre como cura de su pueblo, Tajonar.

Gabino, al comenzar la Tercera Guerra Carlista abandonó el seminario, donde estudiaba para cura, y se fue voluntario con las fuerzas de Don Carlos. Acabada la contienda se casó, tuvo dos hijas, y al enviudar volvió al seminario y se ordenó.

Ejerció su ministerio sacerdotal en compañía de sus hijas, hasta que, hartas de que las llamaran las hijas del cura, se metieron monjas.

Era de fuerte carácter, y cuando se avecinaba tormenta subía a la torre de la iglesia y con voz tronante conjuraba los nublados y los mandaba al monte, lo que atemorizaba a los chiquillos.



Casa de los Lorente, hoy Calleja, en la que residía Isidro Antonio Lorente, que en 1799 levantó una importante fábrica textil.

Isidro Antonio Lorente, en 1799, con un capital de 25.000 duros montó en la Pieza del Conde su fábrica (de la que aún se conserva un caserón), con salto de agua, batán (los tejidos de lana destinados al vestido se introducían en una especie de molino con mazos, que los golpeaban; una vez secos se cardaban ligeramente), tinte, lavadero y prados para el secado de la lana, donde no sólo lavaba las necesarias para la fabricación de sus tejidos, sino también las 12.000 arrobas que cada año exportaba.

Disponía de 18 telares de ancho y uno de estrecho, y en la localidad soriana de Yanguas tenía una escuela para la formación de sus trabajadores.

Cuando su producción le era insuficiente, recurría a telares particulares de Estella, y en Ezcaray (La Rioja) le hilaban y teñían lana con tinte permanente y brillo, gloriándose del tinte negro y del buen apresto dado a sus paños.



La trasera de casa Lorente da al Andén, donde sus descendientes, hoy de apellido Calleja, tienen tienda de productos agrícolas y ganaderos.

En el Almanaque Mercantil o guía del comerciante de 1802, se informa que en Estella hay una fábrica propiedad de la Sociedad de Lorente e Hijo, que «es la única en su clase en Navarra», en la que con fina lana trashumante se elaboran paños «a la inglesa», y «en su tinte se dan los colores que se piden».

Lorente proyectaba grandes mejoras, y tenía previsto importar de Bélgica varias máquinas de cardar e hilar, al frente de las cuales situaría a un competente tinturero.

Proyecto que se llevó por delante la Guerra de la Independencia, afectándole de tal manera (además de los daños producidos por las tropas francesas, por ser acaudalado, y administrador de los Bienes Nacionales en Navarra, Mina asaltó en tres ocasiones la fábrica y almacén de paños) que en 1826 sus telares en funcionamiento se habían reducido a dos, y ya casi no exportaba.



Detalle de la puerta de casa Lorente, en la que se conserva uno de los pocos llamadores antiguos que quedan en la ciudad.

No colaboraron tampoco los vecinos, que por todos los medios trataban de impedirle el uso del agua que su fábrica necesitaba.

Fábrica que estuvo activa hasta que la convirtió en cenizas un pavoroso incendio que se declaró hacia las dos de la tarde del sábado 7 de agosto de 1937.

Desplazados los bomberos de Pamplona, dominaron el fuego hacia las siete de la tarde, cuando ya había destrozado la maquinaria y había consumido la gran cantidad de lana y algodón que almacenaba.

La fábrica estaba en uno de sus mejores momentos, hasta el punto de que trabajaban el doble número de personas que habitualmente lo hacían.

En ella fabricaba tejidos, bayetas y lonetas. A mediados del año 1929 introdujo una línea de boinas, y surtía de material a muchas familias estellesas que en sus casas confeccionaban prendas de lana para el Ejército.



Así se anunciaba Lorente en la revista Blanco y Negro del 18 de agosto de 1935. Dos años después, la fábrica, que estaba instalada en la orilla del río, junto al Verbo Divino, ardió y desapareció para siempre. Pocos años antes, en “Técnica, revista tecnológico industrial”, Barcelona 1933, Antonio Manuz decía en su artículo “Contribución al estudio geográfico y estadístico de la industria textil española”: Estella cuenta con hilados de lana y cuatro fábricas de toquillería, actualmente en decadencia, y una veintena de telares.

Álvaro Lorente Ulíbarri, fallecido en Estella el año 1933, fue presidente de la Caja Central de Estella y, como tal, en 1910 participó en la creación de la Federación Católico Social Agraria Navarra. El año 1884 fue alcalde de la ciudad (cargo que repitió en 1930), y en 1890 era el tercer mayor contribuyente.

Su hijo Marcelino, industrial y médico muy popular en la ciudad, obtuvo su título en la Universidad de Madrid, curso 1873-74.

Y Silvestre, hijo de este último, ejerció como Procurador de los Tribunales, y junto con Matías Colmenares fundó el periódico La Merindad Estellesa, que mantuvo su actividad entre los años 1916 y 1937.



Fotografía del acceso a la plaza de Santiago y su confluencia con la avenida de Yerri. Al fondo, la “casa de la roca”, que cito en este trabajo. El cuerpo de la derecha es una añadido posterior. Silvestre Lorente tenía su despacho de procurador tras el amplio ventanal de la planta entresuelo. La llegada de la crisis la ha salvado, de momento, de ser derribada y sustituida por un edificio moderno.

En 1927 Silvestre Lorente construyó "la casa de la roca", en la Cuesta de Entrañas, obra del arquitecto Julián Arteaga, pariente de su esposa, que desarrolló, al igual que su padre y abuelo, una gran actividad en Pamplona (de su abuelo, del mismo nombre, es el proyecto de las Escuelas de San Francisco, la desaparecida cárcel, el edificio de la Audiencia, hoy Parlamento de Navarra, el Primer Ensanche pamplonés, y numerosos edificios de estilo modernista). Estos Arteaga eran miembros de la familia del Mayorazgo de Arbeiza, uno de los más ricos de Navarra en el siglo XIX y primera mitad del XX.



Fachada anterior de la casa que levantaron los Modet en la calle Mayor.

Pero el que más éxito tuvo fue Manuel Ramón Vicente Modet y Ximénez, nieto de Juan Bautista Modet, nacido hacia 1660 de Mayenne (Bretaña francesa), e instalado en Estella a finales del siglo XVII.

Se desconocen los motivos por los que eligió nuestra ciudad, y también los que le llevaron a falsificar su lugar de nacimiento, que aclaró al testar en 1721: «cuando vine a este Reino y contraje matrimonio en esta ciudad dije ser natural de la ciudad de Lille, en Flandes, y creo se puso así en las partidas de la Iglesia, y oculté el nombre de mi madre, pero en descargo de mi conciencia declaro: soy natural de la ciudad de Mayenne, obispado de Le Mans, en Francia, y mis padres fueron Ambrosio Modet y Renata Boiau, lo que (…) tengo comunicado con mi dicho hijo Antonio». Presbítero que junto con su hermano Juan Bautista fue a Mayenne para traer una copia de la partida de bautismo del padre.

Sospecho que ocultar su procedencia francesa estaría en relación con el enfrentamiento político y militar que en el siglo XVII y anteriores existía entre Francia y España. Enfrentamiento que desapareció cuando a partir de la guerra de Sucesión el trono español pasó a un Borbón, lo que fue celebrado con júbilo por los navarros.



Fachada posterior de casa Modet, que da a la antigua plaza de la Fruta, hoy de San Francisco de Asís en recuerdo del desaparecido convento del mismo nombre. Utilizada para defensa y ataque del fuerte de San Francisco durante la Guerra de la Independencia y la Primera y Tercera Guerra Carlista, en el primer cuerpo de la fachada, en torno a la puerta y la ventana, vemos las huellas que dejaron las balas de fusil. La familia Modet fue de las pocas, dentro de la alta burguesía estellesa, que se declaró carlista.

A comienzos del XVIII Juan Bautista Modet casó con la estellesa Catalina Martínez, con la que tuvo un hijo al que puso su nombre, y tras enviudar se desposó con una mujer, natural de Villatuerta, que trabajaba de criada en casa de un escribano (este segundo matrimonio parece indicar que ese primer Modet no nadaba en la abundancia).

En 1729 su primogénito casó con una lerinesa, de apellido Ximénez, hija y nieta de comerciantes, cuyo negocio se encargó de administrar. Este enlace, y su trabajo como arrendador de los propios, rentas e impuestos municipales, le dieron notoriedad económica y social.

En 1780 obtuvo Ejecutoria de Hidalguía. Por parte de padre, como descendientes de la Baronía de Modet, y, por parte de madre, como descendiente del palacio de Maquirriáin de Lerín.



Escudo de la fachada de la casa de Modet con las armas de Modet, Ximénez y Egúzquiza, como consta en el escudo. La Ejecutoria de Hidalguía de los Modet, Ximénez y Egúzquiza, fue obtenida, a finales del XVIII, por Manuel Modet y Ximénez, su esposa Josepha Ignacia de Egúzquiza «y demás adheridos en la causa que han litigado sobre denunciación de escudo de armas contra el señor fiscal y la ciudad de Estella respetada por Contumaz». Así consta en el libro de 73 páginas en pergamino, impreso por Benito Cosculluela de Pamplona. No soy experto en escudos, ni en sus ornamentaciones, pero ésta difiere de la que adorna los escudos estelleses de la época, por lo que no será extraño que tenga influencia francesa.
Manuel Modet y su hijo Juan Miguel, junto con el también estellés Manuel Joaquín Navarro, fueron miembros de la sociedad económica Real Sociedad Tudelana de los Deseosos del Bien Público -lo que se llama “ilustrados”-, fundada en la ciudad ribera en 1779.

En este matrimonio nació Manuel, verdadero artífice del incremento de la fortuna familiar. Fue Alcalde de Urbasa y, al igual que su padre, arrendador de los propios, rentas e impuestos municipales.

Este acaudalado comerciante y exportador de lanas probó fortuna en todos los sectores de la actividad industrial de Estella, saliendo airoso de casi todas las iniciativas que tomó. En 1773, con una inversión de 22.000 pesos, creó una fábrica de tejidos de lana formada por 9 telares: 5 anchos y 4 estrechos. En los anchos fabricaba piezas de paño y bayetas que imitaban a las de Alconcher y Miliquín, y en los estrechos tejía cordellates regulares y finos imitando a los de Montauban, anascotes, estameñas, bayetones rayados, lisos y de terciopelo, sayales pardos franciscanos, bayetas moteadas y muletones para forros.

Todos sus productos, gracias a las nuevas técnicas que implantó, eran competitivos, de elevada calidad, e imitaban muy bien los paños franceses e ingleses.

La fábrica era importante, y su margen de beneficios se estimaba en un 2%, algo que ahora puede parecer ridículo. En 1780 Manuel presumía «de dar empleo a más de 400 personas, entre otras, a los “ociosos” de la ciudad», y tres años después afirmó que consumía más de 2.416 arrobas de lana, que podría doblar si obtuviera los vellones necesarios.

En Sangüesa disponía de una sucursal, compartida con un socio local, en la que llegaron a trabajar 300 hilanderas que hacían los estambres que utilizaba en su fábrica de Estella.



Como correspondiente a su origen, los Modet colocaron en su casa unos antepechos de balcón de estilo francés. No hay en Estella, ni conozco en Navarra, rejería semejante.

El Gremio de los pelaires, que con técnicas artesanales fabricaba paños para el consumo local, no aceptó de buen grado la iniciativa de Modet, que introducía ideas innovadoras referentes a administración, método de trabajo y nuevas técnicas procedentes de la moderna fábrica de Ezcaray (La Rioja), que Manuel visitó.

Además, Modet y el gremio de pelaires rivalizaban por el control de un tinte y dos batanes de propiedad particular, necesarios para el desarrollo de su respectiva actividad.

Uno de ellos, que incluía dos oficinas, batán y tinte, era propiedad del mayorazgo de Tarazona, sobre el que el Gremio de Pelaires había firmado en 1766 un contrato de arrendamiento por 25 años con una renta anual de 60 ducados.

Contrato que en 1788 Modet denunció porque el arriendo lo tenía un maestro pelaire que era diputado del gremio, lo que no estaba permitido. Situación que el gremio solventó retirándole del cargo.

Cuando venció el arriendo, el gremio firmó un contrato para arrendar el batán llamado del Redín, mientras que Manuel Modet, Isidro Antonio Lorente y otros comerciantes arrendaron el de Tarazona.

¿Cuántos batanes había en la ciudad? En el Diccionario de Miñano de 1826 se dice que quedaban seis molinos de batanes.



A la derecha, la fábrica de harinas La Industrial Fernández; a la izquierda, la subida a la plaza de Santiago, enfrente de Recoletas, con la verja de forja que hizo Leandro Nagore; al fondo a la derecha, la báscula municipal de pesar camiones; en el centro, el antiguo y ruinoso trujal de Cleriguer –apellido de su último arrendatario-, que construyó Modet (propiedad suya eran las huertas en las que se han construido los edificios que hay desde el pasaje de Santiago hasta terminar la manzana en la avenida de Yerri).

El gremio de pelaires, o cardadores de paños, tenía gran arraigo en Estella. Sus Ordenanzas databan de 1675 (ignoro si las hubo anteriores), y a principios del XIX lo formaban 82 maestros examinados (el oficio sólo podía ser ejercido por los afiliados, que eran examinados para entrar), que con 17 telares daban trabajo a 450 personas, por lo que era rara la calle en la que no hubiera un taller (señalaban su negocio colocando en la fachada de la casa un rebullón de lana colgando de un soporte hierro, similar al que hemos conocido anunciando las tabernas). El año 1676 poseían un tinte en el Barrio Nuevo (barrio del Sepulcro) y un molino batán en la Pieza del Conde.

En las Cortes celebradas en Estella entre 1724 y 1726, se aprobó una ley que trató de evitar la picaresca que con escasa honradez y gran codicia practicaban los pelaires de la ciudad y de otros pueblos. Consistía en que los paños y bayetas recién fabricados, aún frescos y chorreando agua, los colgaban de un extremo, y en el otro les ponían grandes pesos que los estiraban y alargaban varias varas (unidad de medida).

Una vez secos paños y bayetas, los vendían, y «muchas veces sucede que hecho un vestido, apenas se moja, se comprime y vuelve a su estado natural, y queda inútil para servir adelante por corto; cuyo daño principalmente comprende a los labradores y gente pobre», señalan las Cortes.

En consecuencia, prohibieron a los pelaires estirar sus tejidos, y a mercaderes y tenderos vender géneros estirados. Y obligaron a remojar aquellas piezas que habían sido estiradas, para de esa forma volverlas a su estado natural.



Aquí vemos el plano del molino del aguardiente, que construyó Modet y años más tarde convirtió en trujal, cuyo original se conserva en el Archivo de Navarra.

Los agremiados pagaban una cuota para cubrir una especie de seguro de enfermedad y muerte, y el gasto de las funciones religiosas, a cuyas procesiones acudían los gremios con sus estandartes (de la de Viernes Santo viene la frase Idem de lienzo, pues el organizador iba llamando a los gremios: Tejedores de paño, Idem de lienzo… para que ocuparan el lugar que les correspondía).

Hacían sus actos religiosos en la iglesia de San Juan y sus ayuntamientos celebraban las comidas reglamentarias en la llamada casa del señor San Lucas, sita en el Mercado Nuevo (detrás de la iglesia de San Juan o en ese lateral).

El gremio de pelaires (y los demás gremios en su actividad productiva) se encargaba de velar por la calidad de las manufacturas, exigía que todos los paños llevasen la marca o bulla que acreditaba su calidad, y señalaba las imperfecciones encontradas, pudiendo detener la comercialización de los productos de baja calidad o defectuosos, labor inspectora que pretendió imponer a las nuevas industrias.

Pero bien sea por su falta de adecuación al momento económico (Según Bielza de Ory, los gremios crean «un hermetismo estancador de todo progreso industrial»), por las tasas que exigía para pagar la renta del batán y la bulla, y/o por su prepotencia de querer cobrarla a los que no estaban agremiados, no pasaba por su mejor momento. Y si antes los pelaires encontraban dificultades para comercializar sus lienzos, la implantación de nuevas fábricas aumentó sus excedentes, que no encontraban facilidades para introducirse en el mercado navarro, copado por los tejidos extranjeros y los procedentes de las nuevas industrias estellesas.



El Señorío de Cábrega, cuyo palacio, iglesia y tierras compró Trifón Modet al duque de Granada de Ega, visto desde San Gregorio Ostiense.

¿Desde cuándo se hacían paños en Estella? Probablemente desde la creación del primer burgo, pero la mejora en la técnica y calidad fue iniciativa de Carlos II, cuando en 1365, deseando «que los tales painnos fuesen fechos en la villa de Esteilla», comisionó a sus consejeros Arnal de Francia y al abad de Falces para que llevasen a la práctica sus proyectos, lo que incumplieron. Tampoco acudieron los maestros tejedores convocados, ni los estelleses que se habían comprometido a traer lana.

Pero el monarca no cejó, y enojado amenazó con meter en la cárcel a quienes incumplieran o fueran remisos a sus deseos, ordenando al recaudador de rentas de la merindad, Pere de Palmas, que facilitase fondos al rector de la parroquia de San Nicolás y a Pero Sánchiz, de apodo Picacho, para que se trasladasen a Zaragoza «a fin de veer los molinos traperos de hacer pannos y reparar los de Estella según modelo de aqueillos, y veer los tornos de hilar la lana para hacer semejantes a aqueillos».

Los comisionados contrataron en Zaragoza a un maestro tejedor y otro tintorero, y a ocho mujeres «peinnaderas et filaderas, para hilar y peinar las lanas». A todos se les proporcionó alojamiento a costa del Rey, y se les declaró exentos de cargas y tributos. Los nuevos telares se instalaron en el huerto llamado de La Peña (¿La Rocheta?, junto a la presa más importante de la ciudad), nos cuenta Florencio Idoate.

Según informe de los peritos, las aguas del Ega eran muy buenas para trabajar la lana, como bien lo sabían los más de doce pelaires o burelleros que en aquella época tenía en la ciudad. Igualmente, había una tintorería, o molino de tintura, con sus tinas y tinaillas, calderas y calderones, que llevaba en arriendo un judío.



Palacio del Señorío de Cábrega antes de su última reforma. Foto de 1992. El año 1723 figuraba como de cabo de armería, con asiento en Cortes.

En funcionamiento sus telares, Manuel Modet, tras fracasar (1777) la factoría de pañuelos y lienzos pintados que había establecido en San Sebastián, en 1793 se asoció con Jean Faurie, bayonés residente en Pamplona, creando una compañía para comercializar sus manufacturas.

Constituida con un capital de 24.000 pesos (16.000 los puso Modet, y 8.000 Faurie), pronto le sonrió el éxito, y amplió su muestrario con tejidos ingleses e irlandeses, sombreros, botones, pañuelos, abanicos, papel, barbas de ballena, otros productos de gran demanda y, ocasionalmente, armas para corsarios.

Las poblaciones más importantes de Navarra y de los territorios circundantes empezaron a ser surtidas por la sociedad, a cuyas lonjas llegaban productos que, colmando las bodegas de navíos y bergantines, partían de Bremen, Brujas y Ostende, descargaban en Bayona, y regresaban a sus puertos cargados de hierro, acero, colorantes, jabón, lana, cerámica, aguardiente, carne, productos agrarios y de alimentación, que agenciaban y distribuían agentes establecidos en las principales plazas españolas y europeas.

El tráfico mercantil de la compañía adquirió tal volumen que pronto tuvo que acudir a dinero prestado por corredores de comercio de Pamplona, y banqueros de Madrid, París y Londres.



El mismo palacio, en foto actualizada. A finales del XV era una fortaleza con sus torres y alcaide propio (en el primer plano de la foto se ven las defensas medievales), perteneciente a los mariscales de Navarra. En 1518 Carlos V lo restituyó a Pedro de Navarra (antecesor del duque de Granada de Ega), compensando con una merced de 5.000 maravedís a Juan de Arizcun, que lo había venido ocupando por concesión real.

Los beneficios aumentaban exponencialmente. En 1795, al efectuar el primer balance, alcanzaron los 54.618 reales, que ambos socios se repartieron a partes iguales. Tres años después, al realizar el segundo balance, habían alcanzado los 134.918 reales. Pero cuando en 1802 se realizó el tercer balance, los beneficios de esos cuatro años sólo llegaban a 23.836 reales, mientras que las deudas acumuladas, sólo con tres comerciantes de Pamplona, ascendían a más de millón y medio.

Jean Faurie, que se encargaba de la administración de la compañía, era consciente de su situación, «pero para no disgustar a Modet, y temiendo peligrase su honor y pensando que quizá su suerte pudiese mejorar, tuvo la fragilidad de aumentar los haberes y disminuir las deudas, dando así una corta ganancia a la Compañía».



Iglesia de Cábrega. Antiguo señorío mixto, eclesiástico y nobiliario. El monasterio de Iranzu era propietario en el XIII de 20 casas de collazos, un linar, huertos y campos de cereal. Otra parte pertenecía a Gonzalo Ibáñez de Baztán, al que confisco la Corona. Despoblada en el XIV, en el XVI era señorío de Pedro de Navarra y de la Cueva. Elegida como marquesado a favor de Pedro, perteneció a los duques de Villahermosa, conservando la iglesia su dependencia de Iranzu.

Al enfermar Faurie, su esposa comunicó a Modet que  «parte de los males de mi esposo pueden provenir del atraso de los negocios», lo que alarmó y puso sobre aviso a Manuel, que envió a su hijo Juan Miguel a Pamplona, el cual, con la colaboración de un hermano de Faurie, procedió a hacer inventario del negocio, tomando conocimiento del enorme desfase contable. En vista de ello, Manuel Modet, para «evitar más perjuicios a los acreedores», decidió «dar punto a los negocios y convocar una junta general», nos dice Azcona.

Esta situación llevó a la quiebra y liquidación de la sociedad, en la que estuvieron implicados más de 30 acreedores de cinco países.

Con una deuda de más de dos millones de reales, fue una de las más importantes de Navarra (en aquellos años las quiebras eran bastante comunes), lo que obligó al Consejo Real a endurecer la legislación.

Faurie, considerado culpable, fue condenado a una pena de destierro por seis años, el embargo de todos sus bienes, incluidos los personales, y la imposibilidad de volver a establecerse como comerciante en Navarra.



Cábrega. En lo alto de la reja de la cancela, la leyenda Modet.

Además de lo señalado, Manuel Modet promovió otras iniciativas, como la construcción de un tinte, un trujal hidráulico, y una fábrica de aguardiente donde décadas antes la Compañía de Caracas había instalado la suya (curva del Trovador y comienzo de la Avda. Yerri).

Cuando en 1786 presentó el proyecto de trujal, se encontró con que rompía el monopolio municipal (había siete trujales de sangre, movidos por animales, y el Ayuntamiento poseía uno hidráulico), y que el agua de la acequia de Los Llanos, con la que pensaba mover sus muelas, era propiedad de la comunidad de regantes. También necesitaba permiso para verter al río el alpechín.

Además, debido a su actividad textil, muchos estelleses sospechaban que en ese trujal no iba a moler oliva, como decía, sino la rubia y otras hierbas necesarias para el teñido de sus lanas.

El enfrentamiento con el Ayuntamiento y el regadío llegó a los Reales Tribunales, que con cinco años de retraso dieron la razón a Modet. Esta sentencia no todos la acogieron bien, y en 1807 algunos propietarios de trujales seguían boicoteándole reduciendo el agua que circulaba por la acequia.



Felipe Modet e Ibargoitia, que compró Vergalijo, en Miranda de Arga, haciendo de él una moderna explotación agrícola.

Manuel Modet casó con Mª Josefa Egúzquiza, de Urnieta (Guipúzcoa), donde nació su hijo mayor, Pablo, que a la muerte del padre continuó la actividad comercial bajo la razón social de Viuda de Modet e hijos, y durante la primera Desamortización actuó como agente cobrador de los bienes desamortizados.

Activo seguidor del pretendiente Carlos V, en su casa se alojó el general Santos Ladrón de Cegama cuando vino a Estella a proclamar al rey carlista. Comenzada la guerra, tuvieron que abandonar su casa para que la ocupara el Ayuntamiento y los Urbanos.

El general Quesada lo apresó para intimidar a Zumalacárregui, sin importarle la enfermedad que padecía y que su hermano Juan Miguel estuviera ciego.

Puesto en libertad, durante el mandato de Espoz y Mina fue trasladado a Pamplona. Acusado de haber dado paños de su fábrica a los carlistas (no era cierto, y Mina lo sabía pues varias veces durante la francesada había asaltado su fábrica), y de tener un hijo y un sobrino con D. Carlos, el 22 de noviembre de 1834 lo ajustició dándole garrote. Es probable que con él desapareciera la fábrica textil y el comercio de la lana.



Vergalijo, en foto de Navarchivo. El nombre de Vergalijo viene de vergal (campo de mimbres). En origen, una parte perteneció a la Orden de San Juan de Jerusalén, y otra al Ayuntamiento de Miranda, que en 1841 y 1844 lo vendió para hacer frente a los gastos ocasionados en la Primer Guerra Carlista. Tras la desamortización, Nazario Carriquiri se hizo con toda la finca, dedicándola al pastoreo de ovejas y reses bravas. En 1895, su hija Raimunda la vendió a Felipe Modet.

Pablo había contraído matrimonio (1802) en Durango con Mª Leona Rita de Eguía y Sáenz de Buruaga, de cuyo matrimonio nacieron doce hijos, entre los que destaca Juan Bautista Eloy Manuel, bautizado en Estella el 25 de junio de 1825.

Coronel de Infantería y Comandante de Ingenieros, junto con C. Ibáñez e Ibáñez escribió el Manual del Pontonero (1853).

Destinado a Cuba (1856) como facultativo de la Dirección de Obras Públicas de La Habana, proyectó en el cayo Piedras del Norte el faro de sillería Los Pinzones, mejoró la carretera de Villa Clara, reformando puentes y pasos de río; continuó el paso de Paredón Grande, y empezó el de cayo Cruz de Padre.

Comisionado a los EE UU para realizar diversas gestiones, a su regreso a la isla proyectó el puente de Puentes Grandes, el acueducto de Vento, el paso de Punta de Maysi, el sistema general de muelles de Cárdenas, el edificio de la Aduana y el de la Bolsa de La Habana; montó la explotación de guano de Cayos de Jardinillos, y reformó, amplió y adapto, los conventos de San Agustín de La Habana y San Francisco de Guanabacoa. Por su intensa actividad en la isla se le concedió la Cruz de Comendador de la Orden de Carlos III (1860).



Estanque distribuidor de aguas de Vergalijo. En el frontis figura las letras F M (Felipe Modet) y la fecha de 1904. Foto de Navarchivo.

Regresó a la Península al ser designado diputado a Cortes por Estella, cargo que repitió en tres elecciones, siendo en dos de ellas Secretario del Congreso.

Volvió a Cuba en 1866 para ocupar el cargo de inspector general de Obras Públicas de la isla, y vuelto a Madrid, falleció en 1875 en circunstancias poco claras: según el Cuartel Real, «Lucas Modet, vecino de Estella, nos asegura que su hermano (…) ha muerto de una afección crónica del hígado, y no ha tenido nada que ver con ciertos lances que en Madrid se ha hablado con insistencia».

Casó en París (1859) con la cubana Felicitas de Almagro de la Vega. Su hija Margarita, nacida en Estella, casó con el III marqués de Cortina. Y su hijo Fernando, nacido en La Habana, rehabilitó el título de conde de Casa Eguía y casó con una hija de los marqueses de Guadalmina.

En 1879 fundo en Madrid, junto con Albert Clarke, la empresa Clarke, Modet & Co., dedicada a tramitar y gestionar patentes. Hoy la empresa, expandida por Latinoamérica, está en manos de las familias Gómez-Acebo y Pombo, que décadas más tarde entraron en el accionariado.



Fotografía nocturna de la iglesia de Vergalijo, de Richard Hernández.

Trifón, otro hijo de Pablo, casó a Los Arcos con la heredera de los Vértiz Pujadas, comprando el Señorío de Cábrega al Duque de Granada de Ega. Su hijo Manuel casó a Mendavia con la heredera del señorío de Ímas.

Otro Modet, Felipe, que casó a Mendavia, a la hija de Nazario Carriquiri, famoso ganadero de reses bravas y banquero, le compró las 1.754 ha. de Vergalijo, junto a Miranda de Arga.

En la finca, junto a la venta de Carriquiri (así se conocía el único edificio entonces existente), había un molino de agua, el de Cahués, que Felipe, con residencia en Mendavia, Elorrio y Madrid, transformó en central hidroeléctrica, y con otro molino que compró creó la Electra Mirandesa, que suministró energía eléctrica al pueblo hasta los años sesenta.

Hombre emprendedor, amplió con roturos el suelo cultivable, modernizó la explotación agrícola (en 1906 tenía trilladora y bombas de riego movidas por electricidad), y para los colonos construyó un poblado con escuela e iglesia dedicada a Ntra. Sra. de la Asunción.

Además, el poblado contaba con un secadero de cáñamo, un molino de viento, un estanque de piedra en el que se distribuía el agua de riego procedente de la central eléctrica, el rancho donde esquilaban las ovejas, un almacén de tartanas, y la casa grande donde residía a temporadas el propietario.



Otra vista de la iglesia de Vergalijo, y detalle del tejado.

En medio de las revueltas agrarias de principios del siglo XX, alegando que eran tierras comunales desamortizadas (de las aproximadamente 6.000 ha. del patrimonio municipal, el 60% fue desamortizado o vendido para hacer frente a gastos de guerra, y apenas se reservó el Ayuntamiento 120 ha. para repartir entre los vecinos), en 1908 las intentaron rescatar los jornaleros, que hicieron huelga de brazos caídos, y fueron a por el propietario, que junto con su familia evitó el encontronazo al marchar apresuradamente. Tras el incidente, cincuenta guardias civiles llegaron a Miranda, deteniendo a más de veinte vecinos, alguno de los cuales fue procesado y pasó más de dos años en la cárcel.

Al año siguiente, previa petición de la Veintena (la formaban los mayores contribuyentes del pueblo), se estableció en Vergalijo un cabo y cinco guardias civiles, que vigilaron el poblado junto con los cinco guardias del dueño, lo que no evitó hechos como el apedreamiento del coche de Modet, el robo de cobre del tendido eléctrico, o la tala de árboles en sus sotos.

Diez años más tarde, demandando los jornaleros el reparto de tierras de una dehesa que los grandes propietarios querían que continuara como soto para alimento del ganado de reja, la Guardia Civil, requerida por la Alcaldía para evitar previsibles alteraciones de orden público, disparó de forma indiscriminada contra la multitud, matando tres jornaleros y una mujer. La reacción de los mayores propietarios fue levantar un edifico destinado a cuartel de la Guardia Civil, y trasladar a él la dotación de Vergalijo.

 


Coqueta caseta que albergaba una bomba de agua  movida por un molino de viento que estaba encima de la colina.

 Durante la Segunda República, con motivo de la reforma agraria que no llegó a ejecutarse, la familia se negó a vender las tierras, y varias fincas fueron invadidas por campesinos, que llegaron a quemar algún pajar.

«A pesar de ello, durante la guerra del 36 al 39 los dueños de Vergalijo no fueron vengativos. Acogieron a alguna familia represaliada de Miranda e incluso dieron trabajo en años posteriores a jornaleros, sin importarles si habían sido de derechas o de izquierdas. Entonces, como ahora, sólo miraban si eran o no buenos trabajadores», dice el historiador Juan Jesús Virto, natural del pueblo.

Felipe cultivaba las tierras directamente y mediante medieros. En 1920 vivían en el poblado 113 personas, y en sus cultivos de lino, cáñamo, remolacha, maíz, etc., daba trabajo a numerosos jornaleros de Miranda de Arga y su entorno, que llegaban al tajo andando, cada uno con su herramienta y «su sartenica de tres patas para hacerse allí la comida», recuerda Cruz Garbayo, antiguo trabajador de la finca.

El declive de Vergalijo comenzó en los años 60 con la emigración de los jornaleros de los pueblos a las zonas industriales del País Vasco, y hoy la finca se está vendiendo en lotes.



En la foto de Navarchivo, la “casa grande”, con su patio y cochera, la escuela, y el garaje de tartanas. Un miembro de la familia, el médico cirujano Lucas Modet, era partidario de la medicina natural: "Juan Larea, Guardia Civil de esta Ciudad, a V. respetuosamente expone; que a fin de conserbar la salud de su esposa por padecer del estomago le conviene tomar la leche de cabra, según se lo ordena el facultativo D. Lucas Modet y en tal concepto necesita probeerse de una cabra para el espresado objeto. Suplica pues, a V.S. se sirba mandar se le permita introducirla en el rebaño de la Ciudad; Estella 30 de Abril de 1.859."

En el Diccionario de Madoz (1849), referente a Estella, en lo tocante a industria dice que había «3 molinos harineros; 2 de aceyte hidráulicos y 3 de sangre (…) y una de aceite de linaza; 2 batanes, 2 lavaderos de lana muy buenos y otros inferiores; fábrica de bayetas y paños, una filatura montada a la moderna y otra a torno de mano; curtidurías en mediano estado; una fábrica de boinas de todas clases y colores, que en nada ceden a las de Francia, de donde hasta ahora se habían abastecido Navarra y las Provincias Vascongadas; y en fin, alfarerías que surten a todo el partido».

Sobre Pamplona: «no se conoce otra industria que la sostenida por las artes de primera necesidad, a excepción de 2 fábricas de lencería, recientemente establecidas (…). Merece también particular atención la industria harinera, si es lícito llamarla así, desde la construcción de la fábrica o molino nuevo, lo que ha obligado a que los 5 molinos anteriores se han visto precisados a introducir» mejoras.

De Tudela: «hay 6  fábricas de jabón, otra de regaliz, otra de pastas, 30 molinos de aceite, 2 harineros, 4 alfarerías y una tintorería para paños negros y ordinarios».

En Tafalla: hay «5 de tenería o curtidos, y 4 de aceite, varios alambiques de aguardiente y 3 molinos harineros».
Referente al comercio, nos dice que el de Estella «consiste en la importación de lanas para la fabricación de tejidos, quincalla y algunos ultramarinos
».

Del comercio de Pamplona señala que se limita a «las artes de primera necesidad». Algo parecido dice de Tudela y de Tafalla.

Como puede verse, en aquellos años la industria, artesanía y comercio de Estella era superior al de cualquier otro pueblo de Navarra, incluida la capital.

Una foto, de principios del siglo XX, que podría valer para cualquiera de las tres industrias de las que he hablado en este trabajo. La foto, cortesía de Tere Labyru, corresponde a la Pieza de Conde, y en ella vemos, al fondo, el cementerio -lo que ayuda a situarla-, en primer plano, lana secando al sol después de haber sido lavada, y, al fondo a la derecha, la fábrica textil de Lorente. El monte, aterrazado, cubierto de olivos.

Para saber más:
Conflicto agrario en Navarra. Miranda de Arga… José Miguel Gastón Aguas.
Comercio y comerciantes en la Navarra del siglo XVIII. Ana Mª Azcona Guerra.

diciembre 2013

 

 

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© Javier Hermoso de Mendoza